domingo, 24 de diciembre de 2017

Papá Noel, ¿es el hombre de la bolsa? Parte II


Esa Navidad yo tenía la esperanza de que Edgardo cambie de opinión y me sorprenda con su visita. Por si acaso, teníamos todo listo para recibirlo como en su casa: sobre la mesa –casi como en Shabat- dos velas, pan (dulce) y vino (espumante), y, a su derecha, toda una familia judía lo estaba esperando: José, María, y su hijo Jesús, que en cada Navidad, cae tipo doce para ser el centro. Y bueno, es hijo único y se cree el alma de la fiesta.
Entre los invitados, estaba el tío Pedro. Un tipo macanudo, amigable, con un único problema: alternaba entre hablar en joda y tomar en serio. Demasiado en serio. Yo le había pedido muy especialmente que lo recibiera a Edgardo con su simpatía habitual y lo hiciera sentir cómodo.
Finalmente llegó. A esa altura, a mi tío Pedro todavía le quedaba algo de sangre en su torrente alcohólico, y su versión de recibirlo en familia, se limitó a: “Este es José. Paisano tuyo. No sabés lo mal que la pasa: Nunca se pudo serruchar a su jermu. Encima, le cayó con un hijo de clavo, y en lugar de martillarse las pelotas, se puso una carpintería.”
Edgardo me miró extrañado, pero más sorprendida estaba yo: si en el ambiente de la cole, se conocen todos, “¿cómo es que a estos ni los juna?”
Por las dudas, y antes que mi tío entre en detalle con la vida de todos nosotros, lo dejé descorchando un tinto mientras esperaba para hacerle de “valet parking al trineo”.
Sugestionado con su inminente llegada, Edgardo no probó ni un bocado. Para eso estaba mi abuela, que más que una nona era una bobe:
Abuela –Coma querido, ¿no está rico lo que preparé?
Edgardo –No, no es eso. Es por la kashrut.
Abuela – ¡Pero m`hijo! Estos médicos siempre inventan una enfermedad nueva. ¡Si no es el colesterol es la kashrut!
Edgardo –Gracias abuela, pero me estoy cuidando.
Abuela –¡Ay, vamos, vamos! Coma tranquilo, que el lechón no engorda.
No había caso, parecía como si tuviera un nudo en el estómago. Estaba nervioso, intranquilo. Su mirada iba de lado a lado, entre la chimenea y la puerta, como si estuviera viendo un partido de tenis.
Estábamos a minutos de las doce. La tensión se sentía en el ambiente. Pude ver una gota de transpiración deslizarse por su sien hasta caer en su mejilla.
De repente, entramos en la cuenta regresiva. Alrededor de Edgardo, todos juntos comenzamos a contar en voz alta: “Diez, nueve, ocho, siete…”
Se notaba la adrenalina corriendo por sus venas. Sus brazos, al costado del cuerpo, hacían prever un duro enfrentamiento.
“seis, cinco, cuatro…”
Eran momentos decisivos. Todas las miradas, caían sobre él.
“Tres, dos, unooo……
“CEEEEROOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOO!!!!!”
¡¡¡¡¡Las doce!!!!!!!! Las campanadas de la Iglesia, retumbaron en toda la casa. Por tradición, saqué la artillería pesada: doce pasas de uva. Comí una tras otra, como pochoclo en el cine. De fondo, estallaron los cohetes, las sirenas, una ovación multitudinaria, todo un comité de bienvenida para agasajarlo, y… ¿podés creer que no apareció?
Por un instante, Edgardo mantuvo su postura desafiante al pie del arbolito, mudo testigo de un duelo que no llegó a ser.
A punto de cantar victoria, su contrincante dio señales de vida. Entre la montaña de regalos, dejó uno para Edgardo. Por unos segundos, pensó en amigarse de una vez por todas con la imagen de ese hombre que lo asustó durante tanto tiempo, hasta que abrió el paquete y…. por fin, lo confirmó todo. Un par de medias y un desodorante. Ahí se dio cuenta que no había nada que temer: el hombre de la bolsa venía cotizando en baja, pero igual le quería arruinar la fiesta.

Papá Noel, ¿es el hombre de la bolsa? Parte I


Un tipo que anda por los techos en mitad de la noche, que entra por la chimenea y reparte cosas que no sabemos de dónde sacó, definitivamente no es un tipo confiable. Hasta los Testigos de Jehová tocan el timbre. Mr. Músculo, vaya y pase. Por lo menos, te deja la cocina al pelo. Ahora, ¿qué sabemos de éste?
Descuidado, con notorios problemas cardíacos, exceso de colesterol y altos niveles de triglicéridos. Un tipo que se pega varios vuelos por noche, que se pasea a los gritos pelados anunciando la Navidad, dejando a todo el mundo en vela. No sería santo de mi devoción, si no fuera porque lo conozco de chica y me trae regalos.
A Edgardo también se lo presentaron en su más tierna infancia, pero de otra manera. Su mamá siempre le decía: “Mirá Edgardito: o te portás bien o llamo al hombre de la bolsa para que te venga buscar.” No sé cómo se las ingeniaba mi suegra, pero siempre tenía al siniestro personaje en la esquina de su casa, a la espera de que algún capricho o rabieta de su pequeño, lo pongan en acción.
Afortunadamente, ella nunca cumplió con su amenaza, pero algún trauma debe haber despertado en su hijo porque bastó que le proponga pasar Navidad juntos, para que entre en pánico como si el mismísimo Papá Noel se hubiera convertido en el Hombre de la Bolsa de sus pesadillas.
Edgardo -¡¿Navidad?!
Yo –Sí, el 25 de Diciembre.
Edgardo –Sí, ya sé qué día cae, pero no lo tengo en mi calendario.
Yo –No te preocupes, yo te aviso cuándo y te venís.
Edgardo –Ya sé cuándo es. El tema es que no puedo ir.
Yo –¡Uh! No me digas que te toca pasarla en lo de tu vieja!
Edgardo –No. En lo de mi vieja me toca en Rosh Hashaná, Iom Kipur, Pesaj y Jánuka. Pero ¿qué hacen en Navidad?
Yo –Lo de siempre: puro baile, joda y diversión. Supongo que como en Iom Kipur.
Edgardo –No. En Iom Kipur se la pasa mal y se sufre, pero después comemos y se nos pasa.
Era claro que el tipo no andaba con espíritu navideño.
Yo (en un último intento) –Pero ¿no querés pasar igual? Mirá que viene Papá Noel.
Por lo visto, tenía tantas ganas de escribirle a Santa Claus, como yo, en ese entonces, a la cigüeña.
Edgardo –No sé, Ro. ¿Qué va a pasar el día que tengamos hijos? Se van a confundir.
Yo (viendo por donde venía la mano) –Quedate tranquilo: Papá Noel es de la cole. ¿No viste como sale abrigado en pleno verano? Convencete: ese hombre tiene una idishe mame.
Edgardo –Si fuera paisano, tendría una sedería en el Once y no una juguetería en el Polo Norte.
Yo –Pero, ¿no viste como anda vestido? Traje, gorro, peies y una barba de medio metro. Ese tipo es ortodoxo. Tiene toda la pinta.
La discusión continuó en el mismo tono. Yo me resigné a pasar la Navidad sin Edgardo. Parecía como si, después de tantos años, el Hombre de la Bolsa hubiera levantado de golpe el valor de sus acciones para amenazarlo como en sus viejas épocas.

Continuará

Definiciones:
Papá Noel: (También llamado Santa Claus, Viejito Pascuero, Colacho o San Nicolás.) Personaje popular, presente en todas las Navidades. Según cuenta la leyenda, sale de gira por el mundo en un trineo tirado por renos y una bolsa enorme llena de regalos, para repartir entre los chicos que se portan bien. Por su manera de vestirse en el Hemisferio Sur -donde la Navidad cae en medio de un sofocante verano- es cantado que al tipo lo abriga una idishe mame.
Hombre de la Bolsa: Macabro personaje de la "pedagogía infantil" que andaría dando vueltas con una bolsa al hombro, asustando a los niños. Eterna amenaza de las madres que ya no saben qué hacer para que el nene coma, se bañe, se porte bien, ordene sus juguetes, no diga malas palabras, no se encapriche, se vaya a dormir temprano…
Mr. Músculo: Personaje publicitario de un producto de limpieza, que se mete en una casa sin pedir permiso como hace Papá Noel, pero en vez de juguetes, te deja la cocina brillante.
Peies: Cabellos que los judíos ortodoxos dejan crecer, por tradición, al costado del rostro. Mismo look que adoptó Santa Claus para hacer el delivery de Navidad.